lunes, 3 de febrero de 2020

07. EL ALTAR FAMILIAR.


Como los patriarcas de la antigüedad, los que profesan amar a Dios deberían erigir un altar al Señor dondequiera que se establezcan. Si alguna vez hubo un tiempo cuando todo hogar debería ser una casa de oración, es ahora. 

Los padres y las madres deberían elevar sus corazones a menudo hacia Dios para suplicar humildemente por ellos mismos y por sus hijos. Que el padre, como sacerdote de la familia, ponga sobre el altar de Dios el sacrificio de la mañana y de la noche, mientras la esposa y los niños se le unen en oración y alabanza. Jesús se complace en morar en un hogar tal. De todo hogar cristiano debería irradiar una santa luz.  

El amor debe expresarse en hechos. Debe manifestarse en todas las relaciones del hogar 
y revelarse en una amabilidad atenta, en una suave y desinteresada cortesía. 

Hay hogares donde se pone en práctica este principio, hogares donde se adora a Dios, y donde reina el amor verdadero. De estos hogares, de mañana y de noche, la oración asciende hacia Dios como un dulce incienso, y las misericordias y las bendiciones de Dios descienden sobre los suplicantes como el rocío de la mañana. 

Un hogar piadoso bien dirigido constituye un argumento poderoso en favor de la religión cristiana, un argumento que el incrédulo no puede negar. Todos pueden ver que una influencia obra en la familia y afecta a los hijos y que el Dios de Abrahán está con ellos. 

Si los hogares de los profesos cristianos tuviesen el debido molde religioso, ejercerían una gran influencia en favor del bien. Serían, ciertamente, "la luz del mundo." El Dios del cielo habla a todo padre fiel por medio de las palabras dirigidas a Abrahán: "Porque yo lo he conocido, sé que mandará a sus hijos, y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia, y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abrahán lo que ha hablado acerca de él. PP 140

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